Es de noche, estoy muy borracho y aúllo en medio de un callejón que huele a meados y a la humedad propia de esta urbe. Es una advertencia, se avecina la lucha. Mi voz atronadora causa el deseado efecto sorpresa en esta pandilla de inútiles que rodean a una chica a la que llevaban un buen rato intimidando. Se acabó, ya he llegado.
Ella, un mujerón de unos treinta años, atractiva, con un cuerpo de auténtico escándalo y una mirada que destroza voluntades. Ellos, unos niñatos de poco más de veinte que querrían catar a una mujer de verdad por primera vez en su vida. No será esta noche ni será ella. Es mía.
Percibo su miedo en cuanto se vuelven hacia mí. Su miedo y también la satisfacción en el rostro de la chica, que al encontrarse con mi imagen dibuja un rubor salvaje en sus mejillas.